Vestía de marfil y
traía el mundo en la mirada. Apenas recuerdo las palabras del cura, ni los rostros prendidos de esperanza de los invitados que llenaban la iglesia aquella mañana de marzo. Sólo me queda el roce de sus
labios y, al entreabrir los
ojos, el juramento secreto que me llevé en la
piel y que recordaría
todos los días de mi vida.
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