Había soñado con ella en incontables ocasiones, con aquella misma escalera, aquel
vestido azul y aquel giro en la mirada de
ceniza, sin saber quién era ni por qué le sonreía. Cuando salió al jardín se dejó guiar por Jorge hasta las cocheras y las pistas de tenis que se extendían más allá. Sólo entonces volvió la vista atrás
y la vio, en su ventana del segundo piso. Apenas distinguía su silueta, pero supo que le estaba
sonriendo y que, de alguna manera, también
ella le había reconocido.
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