-¿Estás bien?
-Ya está. Se acabó. Me rindo.
-Nunca debes rendirte, Leo.
-No. Si ese fuese nuestro destino estaríamos juntos. Ahora pensaba en la primera vez que fuimos a aquel restaurante griego de la esquina, tenía una gran pizarra que decía "¡ya servimos sopa!" y, yo le solté un gran rollo sobre todos los obstáculos que el dueño debió de superar para lograr el gran sueño de su vida, servir sopa. Y entonces, cuando terminé, ella no dijo nada durante unos segundos y, luego, como en un suspiro, lo exhaló. Casi como para sí misma. Te quiero. Y quedó ahí, en el aire. Era la primera vez que me lo decían y, yo no quería ni responder, solo quería volver a oírlo. Eso fue solo dos semanas después de conocernos, solo tardó dos semanas en enamorarse de mí la otra vez. Ahora no me ama.

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