Cuando Peeta extiende los brazos voy directa a ellos. Es la primera vez que me ofrece un gesto de cariño desde que anunciaron el Vasallaje de los Veinticinco. Hasta ahora se ha comportado como un entrenador muy exigente, siempre presionando, siempre insistiendo en que Haymitch y yo corramos más deprisa, comamos más y conozcamos mejor al enemigo. ¿Amante? Ni de lejos. Incluso dejó de fingir ser mi amigo. Le abrazo con fuerza el cuello antes de que pueda ordenarme que haga flexiones o algo parecido. Lo que en  realidad hace es apretarme más contra él y esconder su cara en mi pelo. El punto en el que sus labios rozan mi cuello irradia calor, un calor que se extiende lentamente por el resto de mi cuerpo. Es una sensación tan agradable, tan increíblemente agradable, que sé que no seré la primera en soltarme.

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