-Cole, ¿crees que soy amable?
-¿En plan "amable y simpática"?
-En plan "digna de que me amen."
-Puede ser -repuso-. Pero no dejas que nadie lo intente.
Cerré los ojos y tragué saliva.
-No sé cual es la diferencia entre rendirme y no luchar -dije.
A pesar de tener los párpados cerrados con fuerza, una lágrima se me escapó del ojo izquierdo.
La cama se inclinó bajo el peso de Cole y, más que verlo, sentí que se inclinaba sobre mí. Noté en la mejilla su respiración, cálida y acompasada. Dos respiraciones. Tres. Cuatro. Yo ya no sabía lo que quería. Entonces oí que dejaba de respirar y un segundo después noté sus labios sobre los míos.
No fue como nuestro primer beso, hambriento, urgente, desesperado. No fue como ningún beso que me hubiese dado con nadie. Fue tan suave como el recuerdo de un beso, tan dulce como si me hubiese acariciado los labios con las yemas de los dedos. Abrí la boca y me quedé quieta; era un beso tranquilo como un susurro, nada que ver con el grito ansioso de la vez anterior. Cole me tocó el cuello con la mano e hizo un poco de presión con el pulgar en la piel junto a la mandíbula. Fue una caricia que no me hizo pensar "necesito más", sino "esto es lo que quiero".
Cole se incorporó lentamente y yo abrí los ojos. Tenía una expresión ausente, como siempre; era la cara que ponía cuando algo le importaba.
-Así es como te besaría alguien que te quisiese -dijo.

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