Observé las estanterías con una sonrisa, respirando hondo. En ellas había cientos de miles de páginas que nadie había tocado jamás, esperando a que yo las leyera. Sobre las baldas de madera clara se alineaban lomos de todos los colores. En las mesas del centro relucían las vivas cubiertas de los libros recomendados, y al fondo, tras el mostrador en el que el dependiente leía sin hacernos caso, unas escaleras cubiertas por una alfombra color burdeos llevaban a mundos desconocidos.
-Podría quedarme a vivir aquí -suspiré.

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